VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cartago


El dibujo corresponde a la Cartago romana del siglo II. La ciudad fue arrasada dos veces, primero por Roma, que posteriormente la reconstruyó aún más bella. A principios del siglo VIII fue el emir Hassán ben Naamán quien acabó definitivamente con una urbe que durante más de un milenio y medio acaudaló esencias fenicias, romanas, vándalas y bizantinas.
Inicio del capítulo X de "Viento de furioso empuje"

   Entre uno y otro fondeadero, donde se hacía preciso recalar tan pronto como la luz del sol iniciaba su declive y anunciaba la encalmada del viento, diez y ocho días invirtió el Yerba en realizar la travesía hasta Cartago. Fueron unas jornadas en las que el mayor aliciente consistió en departir con Idulfo acerca de Hispania, exuberante tierra de vides y de olivos que a cualquier viajero árabe que la pisara, máxime si se mostraba propenso a conocer otros pueblos, le suponía el estímulo adicional de haber alcanzado el extremo occidente de la Tierra Grande.

   Desde una posición bastante cercana a Cartago, calculada por el capitán Tartús en unas tres horas para el atraque en el puerto, Yunán no pudo evitar repasar en su mente lo que conoció pocos años atrás sobre el mal proceder del emir Hassán ben Naamán, cuyas nefastas secuelas le habían sido confirmadas por su amigo Abdelaziz.

   A partir de la embocadura del puerto comercial, de planta rectangular, Yunán percibió las primeras muestras de desolación en el lado de tierra: Cientos de edificaciones con restos ennegrecidos de incendios que más de una década de lluvias no habían disimulado del todo, a lo que se añadía un estado ruinoso generalizado y era cuanto quedaba de la majestuosa capital del exarcado bizantino de África. Pero ahí no concluyó la desolación, según avanzaba el Yerba a través del canal que debía conducirles al puerto militar, de trazado admirable por su forma circular con una isla central artificial, observó una destrucción aún mayor hacia el lado norte de la ciudad: Las casas ubicadas en unas calles rectilíneas, paralelas a la costa, habían sido transformadas en incontables lomas de escombros. “¡Maldito sea quien no distingue entre adversario y enemigo! ¿Cuándo amainará este viento de furioso empuje que nos ha llevado a los árabes, un pueblo de naturaleza hospitalaria, a la conquista de tres continentes y treinta reinos? ”.

   El hondo desánimo ocasionado en Yunán por el impacto visual de la ciudad arrasada le obligó a una idea evasiva en la que refugiarse: Precisaba conocer a través del libro el destino de la nación árabe y de la fe que difundía espada en mano, a veces con semejante atrocidad.

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