VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

lunes, 28 de mayo de 2012

Tiro


Citada muy a menudo en la Biblia, Tiro se fundó probablemente en el tercer milenio antes de Cristo.


Inicio del capítulo VII
   Apenas quedaba una hora para que se cerrasen las puertas de la ciudad de Tiro. Las negruras de la noche, desconsoladas a perpetuidad ante el perdido esplendor de la urbe, no tardarían en deambular entre sus calles angostas y milenarias. A esas sombras se unirían, a modo de consortes nocturnos, el cendal de la bruma marina impregnándolo todo de gris, los olores del salitre y el alquitrán de calafate y ciertos ecos que el mar, como realces sonoros de toda ciudad portuaria, hace llegar a tierra mediante el frémito del oleaje rompiente en la escollera o el clamor que las gaviotas corean para atraerse y que a veces se identifica con el llanto de un niño de pecho.
   Entraron en la población y se dirigieron rectos a la posada que ben Musa dijo conocer. El posadero, un hombre cincuentón de aspecto cansado, con cabeza de tarro, cráneo calvo, barba muy tupida y origen heleno, les recibió usando mil zalamerías empalagosas y les indicó el lugar del patio interior donde podían situar el carro, asunto a lo que Abdelaziz se dedicó personalmente: Desde el suelo sujetó con ambas manos el bocado de las mulas y con habilidad las hizo maniobrar. La acción fue casi impecable, como ensayada, un hecho que le demostró a Yunán la experiencia que su amigo poseía y de la que podía deducirse que había introducido más de un carro en ese patio.
   Se aseguraron de que los víveres y libros quedaban bien situados y al cuidado de uno de los ayudantes, que debía montar guardia hasta que fuese relevado. Acomodaron las caballerías en la cuadra, asignaron camastros en la planta baja para la gente de Abdelaziz y para el anciano Hamid y los dos amigos siguieron al posadero hacia una habitación del segundo piso.
   Fue el mismo posadero, resoplando sus años y su engrosado cuerpo, el que lámpara en mano les guió escaleras arriba mientras definía la situación de su negocio:
   -Mi señor Abdelaziz, te ruego que me disculpes al no ofrecerte tu estancia de otras visitas, la tengo ocupada desde hace tiempo por dos hombres que dicen ser nobles y que aguardan una importante provisión de caudales.
   El posadero se paró en el descansillo de la primera planta, prendió la mecha de otra lámpara de aceite colgada en la pared y señaló hacia la habitación aludida.
   -En ese caso, amigo Ulpiano, si hace tiempo que habitan mi antigua estancia no parece conveniente que les desalojes, ya que su buen dinero te habrán dado a ganar.
   -Ahí radica el problema, señor, salvo el adelanto de la primera semana no he visto de ellos ni un solo dirham. Sospecho que su nobleza y su plata se hallan en algún lugar llamado ninguna parte, desde donde se tarda más de la cuenta en llegar hasta Tiro y un tanto de añadidura hasta esta posada. ¡Estúpido de mí por confiar a ciegas en las apariencias!

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