VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

domingo, 22 de abril de 2012

El aguador




La figura del aguador ambulante o azacán forma parte de la tradición árabe. En la novela surge un personaje singular, llamado Hassán, que vende agua y leche en el zoco de Damasco y presta una gran ayuda a los protagonistas.


El siguiente diálogo corresponde al capítulo IV de "Viento de furioso empuje":

   Y allí, en el zoco, se hallaron ambos apenas comenzaron a abrir los establecimientos que circundaban la gran plaza o a instalarse en su explanada los primeros puestos y tenderetes.
   Sin que hubiesen dado una docena de pasos les salió al encuentro Hassán, el aguador recadero con quien Yunán mantenía cierta deuda.
   -¿Necesitas agua, mi señor Yunán? —Preguntó Hassán, haciéndole notar su presencia.
   -Amigo Hassán, eres un vendedor con talento, es innegable que ofreces lo que tienes cuando en realidad lo que deseas es reclamar. Toma este dirham que había preparado para ti.
   -También puedo ofreceros leche templada, mi señor, la bebida más reconfortante para dos nobles que pasean a hora infrecuente la zona del mercado.
   -Si no está muy aguada, aguador, acepto de ti una altamía de leche y un par de almojábanas de esa bolsa. Espero que a la leche le hayas puesto la miel necesaria —dijo Abdelaziz en tono de chanza, señalando hacia una talega de rejilla que el aguador llevaba colgada al hombro y de la que surgía un olor de lo más apetitoso.
   -Ponme otro tanto a mí —secundó Yunán.
   Contento ante el comienzo de una jornada prometedora, Hassán se esmeró con sus clientes, les llenó de leche las altamías y les entregó dos almojábanas a cada uno.
   -Cuando terminéis de comer, podéis limpiaros con toda tranquilidad en este paño, seréis los primeros en usarlo. Por otra parte, dejadme deciros que es posible contar conmigo para toda clase de negocios —añadió con cierto tono de complicidad—, ya que desde muy niño frecuento el zoco y conozco a fondo su entramado de mercancías y prestaciones.
   -Lo que nosotros buscamos, Hassán, quizá no esté en tus manos ofrecerlo —dijo Yunán.
  -Suponía que algo buscabais al veros aquí en hora tan temprana, cuando sólo han aparecido los primeros vendedores de frutas y hortalizas y aún tardarán en asentarse los que ofrecen armas y objetos de colección.
   -¿Qué sabrías decirnos de unos extranjeros que visten capas negras y están dirigidos por un hombre muy robusto? —Preguntó Abdelaziz.
   -¿Te refieres a los judíos? —Preguntó a su vez Hassán.
   -No conocemos su religión. El hombre robusto, que dicen es un príncipe, lleva una capa donde abundan los rubíes morados del país de Balaj —comentó Yunán.
   -Sí, son los judíos, y ese hombre cabalga sobre una montura enorme que hace juego con su tamaño. En cuanto a los rubíes, yo desconozco dónde pueda hallarse el país de Balaj, sólo sé que los extranjeros pertenecen a un reino bañado por las aguas del mar de los romanos. En el último mes, a algunos de ellos les hemos visto indagar en el mercado. Les interesaban los libros y las armas.

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