VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

viernes, 6 de abril de 2012

En el desierto


Imagen del desierto sirio, donde podemos encontrar arena, pedrejón y algunos montecillos erosionados a causa del viento y unas temperaturas muy extremas cuya oscilación entre el día y la noche puede superar los 50 grados.

   
El texto corresponde al capítulo II de "Viento de furioso empuje"

   Despacio, lastrados por la conversación, deteniéndose a veces a contemplar el paisaje o a intercambiar algunas frases, cabalga­ron más de una hora y llegaron al Meidán. Poco después dejaron atrás la pequeña población, en cuyas tierras comenzaba a cons­truirse un gran cementerio que serviría de alivio al de la capital. También sobre­pasaron los lavade­ros a las afueras del pueblo, donde algunas mujeres dieron la espalda a los forasteros o se cubrieron el rostro con un paño que llevaban atado a la cintura. Los viajeros se adentraron en los prime­ros palmera­les del oasis de Ruta, donde pu­die­ron contemplar a unos cuantos campe­sinos que se dedicaban a subir a las palmeras mediante una gruesa cuerda que rodeaba el tronco del árbol y su propia cintu­ra. Una vez en la copa, tiraban de un cordel en cuyo extremo habían atado un racimo de flores masculinas que izaban desde el suelo y que utilizaban para fertilizar las palme­ras hembras.
   Los jinetes, ora sorteando pequeñas acequias y alguna que otra casa de campo o aduar de beduinos, ora deambu­lando entre bosqueci­llos de datile­ras, vinieron a dar con una encrucija­da de la que partían dos cami­nos, uno que se dirigía hacia la lejana costa libanesa y otro que conducía hacia la llanura desértica, que fue escogido para seguir la marcha.
   El camino fue difuminándose a poco de abandonar el oasis y apenas lograban detectar su curso, de modo que decidieron seguir hacia el sureste, orientados por el sol y por el conocimiento que Abdelaziz poseía de la solitaria ruta. El calor regía todos sus movimientos. La luz, cegadora, proyectaba sus propias sombras ennegrecidas como si fuesen espectros acosándoles el costado. Una ligera brisa soplaba a ras del suelo, enturbiaba el horizonte y a intervalos, cual si sufriera deseos espasmódicos de abandonar la aridez, levantaba alguna tolvanera aislada. Las cabalgaduras comenzaron a mostrarse inquietas y a resoplar, parecía que avisaban de algún peligro.

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